Esa era la maldición más
grosera que nos permitíamos los niños bien educados, cuando no nos oían
nuestros padres, hasta que ya en la adolescencia incorporamos palabras más
soezmente sexuales. Nuestra sorpresa fue grande cuando en clase de gramática el
profesor nos dijo que aquello era un metáfora porque se decía diez en lugar de
decir Dios. Descubrir que estábamos diciendo una blasfemia disimulada, como
algunas viejecitas que decían “coñe” lo cual...