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20 mar 2018

¡Mujeres!; siempre las mujeres


Leo un reportaje en EL PAIS, 19.03.2018. Me entero así que hace un siglo unas ferrolanas llevaron a cabo una gesta que, naturalmente, fue convenientemente ocultada, no conviene dar malos ejemplos, no sólo durante la dictadura militar precedente sino bajo el régimen monárquico que la continua sin solución de continuidad, hasta el día de hoy en que he conocido lo ocurrido.
Hartas ya del deterioro que para ellas y sus familias significaba la especulación de alimentos con la que, ”los de siempre”, se enriquecían vendiéndolos a los países en guerra en detrimento de sus convecinos, se manifestaron ante diversos ayuntamientos y ante las casas de los especuladores. Varios alcaldes dimitieron. No consta que la reina consorte dijera lo mismo que la esposa de Luis XVI: si no tiene pan que coman galletas; es más, consta que no lo dijo.
El arrojo de aquellas mujeres fue tal que sus paisanos que trabajaban en el astillero se acabaron sumando a sus movilizaciones. Al fin, el que no era hijo, era esposo y padre de los demás hijos comunes, que eran los que pasaban hambre. No obstante, valoremos la “solidaridad” de estos varones trabajadores con esas mujeres alzadas violentamente alterando el Orden Público.
Lo interesante de la noticia es que fue el glorioso ejército del Rey Alfonso XIII, el mismo que acababa de perder la guerra de Cuba, el mismo que había sufrido desastres enormes en la de África, el que sofocó este movimiento femenino y dejó a la altura que correspondía la gallardía viril de sus soldados. Siglos atrás hubo también otras gestas históricas como la Rendición de Breda o la toma de Bailén, entre otras de similar grandeza a esta que hoy recordamos. Hasta ahí podríamos llegar, debieron de pensar los uniformados. Es lo que piensan siempre que reprimen a las violentas mujeres que alteran el Orden Público, protegidos hasta los dientes con armas de todo tipo.
Tras once días de disturbios su intervención estuvo coronada por la declaración del Estado de Guerra. El Rey Alfonso XIII, un tipo al que le gustaba disfrazarse con el uniforme militar lleno de medallas, ¿de sus ignotas y gloriosas campañas victoriosas?, ya tenía 25 añitos. Debió sentirse ufano por el hidalgo triunfo de su ejército de aguerridos varones ante unas violentas amas de casa dedicadas a la alteración del Orden Púbico sin respeto a los derechos ajenos de los demás súbditos.
Tampoco puede resultarle sorprendente a nadie que algunos de estos traficantes de alimentos enriquecidos recibieran a las manifestantes a tiros y como consecuencia de ello muriera más de una mujer y más de un niño. La amnistía que siguió a la represión militar benefició a los homicidas; los hijos de la madre asesinada siguieron siendo huérfanos; la madre del hijo asesinado siguió sin tener a su hijo.
Puestos a no sorprendernos, tampoco hay razón para hacerlo al saber que, tras construir un monumento a estas mujeres, ¡siempre las mujeres!, cuando se produjo la gloriosa intervención de parte del ejército, de los sediciosos y rebeldes autores del glorioso alzamiento nacional, un falangista, que daba la casualidad, ¡hay que ver que coincidencia!, que era uno de los hijos de aquellos especuladores, destrozó aquel monumento. Hoy ese monumento ha vuelto a ser erigido.
En el fondo uno no puede dejar de sentirse miembro de su tribu; por eso me ha producido una satisfacción muy grande, aunque ningún orgullo porque no he hecho nada y por tanto carezco del más mínimo mérito para estar orgulloso. Me ha dado mucho gusto saber que en 1915, 16 años antes de que se le reconociera por la II República a la mujer el mismo derecho al voto que tenían los varones, la Asamblea del Movimiento Nacionalista Gallego declaró la igualdad de derechos entre mujeres y varones, que hombres lo somos todos. La declaración no tuvo valor jurídico; pero reconocer la realidad es el primer paso para convertir la realidad que se niega en realidad legal.
Mujeres sufragistas; mujeres que conquistasteis vuestros derechos por vosotros mismas; mujeres de la Plaza de Mayo que fuisteis las única capaces de enfrentaros a los golpistas militares; mujeres que el pasado 8 de marzo de 2018 en toda España os habéis seguido quejando del desprecio con el que os tratan los empresarios, en su mayoría varones, que os roban cuando os pagan menos dinero por el mismo trabajo que realizan vuestros compañero varones; mujeres que os enfrentáis al gobierno cómplice en ese robo institucionalidad; mujeres que hoy recordáis en Galicia lo que vuestros abuelas o bisabuelas fueron capaces de hacer, recibid mi humilde homenaje.
Todo, empezando por la vida, os lo debemos a vosotras. No merecemos vuestro perdón por nuestra todavía pasiva tolerancia con el abuso de que seguís siendo objeto a diario, aunque sabemos que nos lo daréis; incluso aunque no os lo pidamos humildemente, que es lo menos que deberíamos hacer. ¡Perdón por todo lo que no hemos hecho!

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