Leo un reportaje
en EL PAIS, 19.03.2018. Me entero así que hace un siglo unas ferrolanas llevaron
a cabo una gesta que, naturalmente, fue convenientemente ocultada, no conviene
dar malos ejemplos, no sólo durante la dictadura militar precedente sino bajo
el régimen monárquico que la continua sin solución de continuidad, hasta el día
de hoy en que he conocido lo ocurrido.
Hartas ya
del deterioro que para ellas y sus familias significaba la especulación de alimentos
con la que, ”los de siempre”, se enriquecían vendiéndolos a los países en
guerra en detrimento de sus convecinos, se manifestaron ante diversos
ayuntamientos y ante las casas de los especuladores. Varios alcaldes
dimitieron. No consta que la reina consorte dijera lo mismo que la esposa de
Luis XVI: si no tiene pan que coman galletas; es más, consta que no lo dijo.
El arrojo
de aquellas mujeres fue tal que sus paisanos que trabajaban en el astillero se acabaron
sumando a sus movilizaciones. Al fin, el que no era hijo, era esposo y padre de
los demás hijos comunes, que eran los que pasaban hambre. No obstante, valoremos
la “solidaridad” de estos varones trabajadores con esas mujeres alzadas
violentamente alterando el Orden Público.
Lo
interesante de la noticia es que fue el glorioso ejército del Rey Alfonso XIII,
el mismo que acababa de perder la guerra de Cuba, el mismo que había sufrido desastres
enormes en la de África, el que sofocó este movimiento femenino y dejó a la altura
que correspondía la gallardía viril de sus soldados. Siglos atrás hubo también
otras gestas históricas como la Rendición de Breda o la toma de Bailén, entre
otras de similar grandeza a esta que hoy recordamos. Hasta ahí podríamos
llegar, debieron de pensar los uniformados. Es lo que piensan siempre que
reprimen a las violentas mujeres que alteran el Orden Público, protegidos hasta
los dientes con armas de todo tipo.
Tras once
días de disturbios su intervención estuvo coronada por la declaración del
Estado de Guerra. El Rey Alfonso XIII, un tipo al que le gustaba disfrazarse
con el uniforme militar lleno de medallas, ¿de sus ignotas y gloriosas campañas
victoriosas?, ya tenía 25 añitos. Debió sentirse ufano por el hidalgo triunfo
de su ejército de aguerridos varones ante unas violentas amas de casa dedicadas
a la alteración del Orden Púbico sin respeto a los derechos ajenos de los demás
súbditos.
Tampoco puede
resultarle sorprendente a nadie que algunos de estos traficantes de alimentos
enriquecidos recibieran a las manifestantes a tiros y como consecuencia de ello
muriera más de una mujer y más de un niño. La amnistía que siguió a la
represión militar benefició a los homicidas; los hijos de la madre asesinada
siguieron siendo huérfanos; la madre del hijo asesinado siguió sin tener a su
hijo.
Puestos a
no sorprendernos, tampoco hay razón para hacerlo al saber que, tras construir
un monumento a estas mujeres, ¡siempre las mujeres!, cuando se produjo la
gloriosa intervención de parte del ejército, de los sediciosos y rebeldes
autores del glorioso alzamiento nacional, un falangista, que daba la casualidad,
¡hay que ver que coincidencia!, que era uno de los hijos de aquellos
especuladores, destrozó aquel monumento. Hoy ese monumento ha vuelto a ser
erigido.
En el fondo
uno no puede dejar de sentirse miembro de su tribu; por eso me ha producido una
satisfacción muy grande, aunque ningún orgullo porque no he hecho nada y por
tanto carezco del más mínimo mérito para estar orgulloso. Me ha dado mucho
gusto saber que en 1915, 16 años antes de que se le reconociera por la II
República a la mujer el mismo derecho al voto que tenían los varones, la Asamblea
del Movimiento Nacionalista Gallego declaró la igualdad de derechos entre mujeres
y varones, que hombres lo somos todos. La declaración no tuvo valor jurídico;
pero reconocer la realidad es el primer paso para convertir la realidad que se
niega en realidad legal.
Mujeres sufragistas;
mujeres que conquistasteis vuestros derechos por vosotros mismas; mujeres de la
Plaza de Mayo que fuisteis las única capaces de enfrentaros a los golpistas militares;
mujeres que el pasado 8 de marzo de 2018 en toda España os habéis seguido
quejando del desprecio con el que os tratan los empresarios, en su mayoría varones,
que os roban cuando os pagan menos dinero por el mismo trabajo que realizan
vuestros compañero varones; mujeres que os enfrentáis al gobierno cómplice en
ese robo institucionalidad; mujeres que hoy recordáis en Galicia lo que
vuestros abuelas o bisabuelas fueron capaces de hacer, recibid mi humilde
homenaje.
Todo,
empezando por la vida, os lo debemos a vosotras. No merecemos vuestro perdón
por nuestra todavía pasiva tolerancia con el abuso de que seguís siendo objeto
a diario, aunque sabemos que nos lo daréis; incluso aunque no os lo pidamos
humildemente, que es lo menos que deberíamos hacer. ¡Perdón por todo lo que no
hemos hecho!
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