Test Footer


2 sept 2015

De vuelta al Congreso

El representante del pueblo, finalizadas sus vacaciones estivales había regresado a Madrid. Éstos serían los últimos meses de la legislatura había que disponerse con buen ánimo a organizar del mejor modo posible la vida de sus conciudadanos. Sus perspectivas de repetir eran buenas. Le gustaba su trabajo se sentía bien. Había vuelto al hotel en que residía siempre cuando estaba en Madrid y, como siempre la acogida del personal había sido amable, era agradable.
La rutina empezó como siempre. La radio despertador sonó y empezaron las primeras noticias. Oír Radio Nacional era la costumbre con la que iniciaba el día; aun recordaba como sus abuelos le llamaban “el parte”. Luego iba cambiando de emisoras para oír distintas noticias o las mismas dadas de otro modo. Le gustaba percibir su distinto enfoque, aunque siempre previsible.
Las malas noticias surgían en torno a la casi diaria desgracia de los inmigrantes. Como cuando el imperio Romano la Unión Europea se había convertido en tierra de promisión. Eran muchas las diferencias. En ambas orillas del Sur regían las mismas normas racionales y eran los bárbaros del Norte y del Este quienes  querían beneficiarse del próspero Sur. El Oeste no existía.
 El goteo de homicidios era insoportable. Con rigor legal no eran asesinatos pero esos traficantes de seres humanos tenían todos los agravantes; con ese aprovecharse de su necesidad llevaban a cabo el último expolio económico en ese último viaje a una tierra más deseada que prometida. Viaje que a veces sí era el último tras una vida tan generosa en desgracias que ir en una bodega prácticamente condenados a morir ahogado no era la peor forma de vivir.
Un sentimiento de humana solidaridad le invadió. La mente malvada le puso en el éxodo saliendo de su tierra donde no había futuro o huyendo de un país donde el futuro era la muerte. Se resistió en verse con su cónyuge y sus hijos movido por una desesperada esperanza en comer las migas que cayeran de la mesa de los Epulones que comían diariamente y varias veces al día.
Qué alma más negra tiene esa gente, pensó, que no duda en quedarse con los últimos billetes de sus bolsillos para vender un espacio en cubierta que permita sobrevivir al naufragio.
Aquel día tocaba discutir en el Congreso la propuesta de la Drª Merkel sobre distribución de inmigrantes en cada país y él tendría que votar su rechazo a aceptar los 4.000 propuestos.
La mente perversa le recordó las redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz: “¿O cuál es más de culpar,/aunque cualquiera mal haga:/la que peca por la paga,/o el que paga por pecar?/Pues ¿para qué os espantáis/de la culpa que tenéis?/Queredlas cual las hacéis/o hacedlas cual las buscáis”. Un  aire ingrato de culpabilidad le invadió. Se sintió desasosegado.
Es cierto; él apoyó al gobierno y legalizó las “devoluciones en caliente”, eufemismo de una desatención a los emigrantes cuyos papeles ni se miraban, lo que era ilegal, si entraban por Ceuta y Melilla. Incluso aplaudiera, le empujó la inercia de todos a su alrededor, cuando el Ministro dijera que la frontera de España empezaba detrás del culo de los guardias civiles con lo cual los inmigrantes que pisaban la playa mientras estuvieran delante de los guardias no habían entrado en España. Una explicación tan ingeniosa como vergonzosa. Pero él aplaudiera poco.
Un viejo recuerdo de su abuelo emergió. Cuando entráramos en la Unión Europea le recordara un artículo de Pitigrilli en LA CODORNIZ que decía: ”si hay contrabandistas la culpa es del arancel de aduanas. Ellos fueron unos precursores de la Unión Europea promoviendo la libre circulación de mercancías para atender las necesidades de la gente; p. ej. la penicilina. Ellos eran también “ilegales” por culpa de unas leyes estúpidas. Ellos eran honrados comerciantes a los que se ilegalizó porque atendían la demanda de los ciudadanos según las leyes del mercado”.
 Qué extraña pareja; Pitigrilli y Sor Juan Inés de la Cruz. Sintió un escalofrío. ¡Vaya!
Se vio resucitaba el arancel de aduanas ilegalizando la libre circulación de persona. ¿Era él quien con sus leyes convertía a unos honrados  transportistas en traficantes? ¿Era su culpa?
No, era su culpa; podían meter menos gente en las pateras aunque ganaran menos. Pero el traficante les daba una opción a cambia de su vida y su dinero. Era él quien les negaba todas. Sin esas leyes el transporte sería legal. Era el quien hacía del transporte legal el tráfico ilegal. Pero eran leyes necesarias o nos invadirían y nuestro nivel de vida bajaría. Quizá, pensó,  si se eleva la ayuda al tercer mundo y mejora la situación no se animarían a venir. Pero si la redujimos fue por la burbuja inmobiliaria y la corrupción. ¡Vaya! Además eso … tendría que ser un acuerdo de todos los países; no es sólo cosa nuestra. En fin …., pensó, el mundo siempre fue injusto. Hacemos lo que podemos. Estaba sudando. Volvió a lavarse la cara: al secarse las manos ¡maldita mente! el recuerdo de Pilatos le sobresaltó. Un mal día, pensó, aquel iba a ser un mal día.

Se echó un poco de colonia y poniendo su mejor sonrisa en su cara salió de su habitación.

0 comentarios:

Publicar un comentario