El
representante del pueblo, finalizadas sus vacaciones estivales había regresado
a Madrid. Éstos serían los últimos meses de la legislatura había que disponerse
con buen ánimo a organizar del mejor modo posible la vida de sus conciudadanos.
Sus perspectivas de repetir eran buenas. Le gustaba su trabajo se sentía bien.
Había vuelto al hotel en que residía siempre cuando estaba en Madrid y, como
siempre la acogida del personal había sido amable, era agradable.
La rutina
empezó como siempre. La radio despertador sonó y empezaron las primeras
noticias. Oír Radio Nacional era la costumbre con la que iniciaba el día; aun
recordaba como sus abuelos le llamaban “el parte”. Luego iba cambiando de
emisoras para oír distintas noticias o las mismas dadas de otro modo. Le
gustaba percibir su distinto enfoque, aunque siempre previsible.
Las malas
noticias surgían en torno a la casi diaria desgracia de los inmigrantes. Como cuando
el imperio Romano la Unión Europea se había convertido en tierra de promisión. Eran
muchas las diferencias. En ambas orillas del Sur regían las mismas normas
racionales y eran los bárbaros del Norte y del Este quienes querían beneficiarse del próspero Sur. El
Oeste no existía.
El goteo de homicidios era insoportable. Con
rigor legal no eran asesinatos pero esos traficantes de seres humanos tenían
todos los agravantes; con ese aprovecharse de su necesidad llevaban a cabo el
último expolio económico en ese último viaje a una tierra más deseada que
prometida. Viaje que a veces sí era el último tras una vida tan generosa en
desgracias que ir en una bodega prácticamente condenados a morir ahogado no era
la peor forma de vivir.
Un
sentimiento de humana solidaridad le invadió. La mente malvada le puso en el
éxodo saliendo de su tierra donde no había futuro o huyendo de un país donde el
futuro era la muerte. Se resistió en verse con su cónyuge y sus hijos movido
por una desesperada esperanza en comer las migas que cayeran de la mesa de los
Epulones que comían diariamente y varias veces al día.
Qué alma más
negra tiene esa gente, pensó, que no duda en quedarse con los últimos billetes de
sus bolsillos para vender un espacio en cubierta que permita sobrevivir al
naufragio.
Aquel día tocaba discutir en el Congreso la propuesta de la
Drª Merkel sobre distribución de inmigrantes en cada país y él tendría que
votar su rechazo a aceptar los 4.000 propuestos.
La mente
perversa le recordó las redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz: “¿O cuál es más de culpar,/aunque
cualquiera mal haga:/la que peca por la paga,/o el que paga por pecar?/Pues
¿para qué os espantáis/de la culpa que tenéis?/Queredlas cual las hacéis/o
hacedlas cual las buscáis”. Un aire ingrato
de culpabilidad le invadió. Se sintió desasosegado.
Es cierto; él apoyó al gobierno y legalizó
las “devoluciones en caliente”, eufemismo de una desatención a los emigrantes cuyos
papeles ni se miraban, lo que era ilegal, si entraban por Ceuta y Melilla.
Incluso aplaudiera, le empujó la inercia de todos a su alrededor, cuando el
Ministro dijera que la frontera de España empezaba detrás del culo de los
guardias civiles con lo cual los inmigrantes que pisaban la playa mientras
estuvieran delante de los guardias no habían entrado en España. Una explicación
tan ingeniosa como vergonzosa. Pero él aplaudiera poco.
Un viejo recuerdo de su abuelo emergió. Cuando
entráramos en la Unión Europea le recordara un artículo de Pitigrilli en LA
CODORNIZ que decía: ”si hay contrabandistas la culpa es del arancel de aduanas.
Ellos fueron unos precursores de la Unión Europea promoviendo la libre
circulación de mercancías para atender las necesidades de la gente; p. ej. la
penicilina. Ellos eran también “ilegales” por culpa de unas leyes estúpidas. Ellos
eran honrados comerciantes a los que se ilegalizó porque atendían la demanda de
los ciudadanos según las leyes del mercado”.
Qué
extraña pareja; Pitigrilli y Sor Juan Inés de la Cruz. Sintió un escalofrío. ¡Vaya!
Se vio resucitaba el arancel de aduanas ilegalizando
la libre circulación de persona. ¿Era él quien con sus leyes convertía a unos
honrados transportistas en traficantes?
¿Era su culpa?
No, era su culpa; podían meter menos gente
en las pateras aunque ganaran menos. Pero el traficante les daba una opción a
cambia de su vida y su dinero. Era él quien les negaba todas. Sin esas leyes el
transporte sería legal. Era el quien hacía del transporte legal el tráfico
ilegal. Pero eran leyes necesarias o nos invadirían y nuestro nivel de vida
bajaría. Quizá, pensó, si se eleva la
ayuda al tercer mundo y mejora la situación no se animarían a venir. Pero si la
redujimos fue por la burbuja inmobiliaria y la corrupción. ¡Vaya! Además eso …
tendría que ser un acuerdo de todos los países; no es sólo cosa nuestra. En fin
…., pensó, el mundo siempre fue injusto. Hacemos lo que podemos. Estaba
sudando. Volvió a lavarse la cara: al secarse las manos ¡maldita mente! el
recuerdo de Pilatos le sobresaltó. Un mal día, pensó, aquel iba a ser un mal
día.
Se echó un poco de colonia y poniendo su
mejor sonrisa en su cara salió de su habitación.
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