En 1860 la
jornada laboral era de 16 h/día. En 1890 la jornada laboral se había reducido a
10-12 h/dia en casi todos los países. Sólo el trabajo femenino e infantil tenía
alguna limitación a 8 o a 6 h; menos si trabajaban en minas. La reivindicación
de las jornada de 8 h/dia, 6 dias/semana de la Segunda Internacional Socialista
en 1889 fue una declaración de guerra al capitalismo explotador. Hoy en España
la jornada laboral ilegal que cumplen la mayoría de los que abandonan
temporalmente el paro es de 10 h/día aunque sea nominalmente de 8 h/día. ¿Qué ha sido del progreso que una vez
disfrutamos?
Gracias al desarrollo tecnológico producido durante
la Revolución industrial la productividad del trabajador aumentó con lo que
menos trabajadores podían atender a la demanda existente. Eso condujo a mayor
paro y menor demanda si no se producía una reducción de la jornada laboral.
Pero estos conceptos no entraban en la mentalidad de unos propietarios educados
en la explotación secular de sus
siervos, en Rusia todavía seguían existiendo legalmente. Una jornada laboral
más breve produce necesariamente un aumento de trabajadores asalariados que, en
consecuencia, se convierten en consumidores demandantes de bienes y servicios
dejando de ser meros supervivientes de la injusticia social. Ese aumento de la
demanda aumento la producción que, acto seguido, permite bajar los costes
unitarios al ser menor e cote marginal que el coste medio. Esto produce otro
nuevo aumento de la demanda al aparecer productos más baratos y un aumento de
los beneficios al vender más productos.
Las
primeras reducciones de la jornada laboral de los niños hasta lograr su
erradicación redujo la oferta de trabajadores baratos y contribuyó a encarecer
el salario. Eso tuvo dos efectos beneficiosos en la economía. Su mayor poder
adquisitivo aumentó la demanda de bienes y servicios y redujo aún más el coste
unitario de los productos; para frenar el encarecimiento del coste aumentó la industrialización de las empresas; las
máquinas y los primitivos sistemas automáticos hicieron su aparición y con ellos
aumentó la productividad hasta equilibrar así la demanda de trabajadores con esa
menor jornada.
Además los
niños tuvieron la oportunidad de recibir una educación en lo que fue el inicio
de la generalización de la educación pública, hasta entonces un privilegio de
pocos. Así aumentó la oferta de trabajadores más cualificados que realimentó el
aumento de la productividad en las empresas. La demanda de más capital para
adquirir equipos más productivos aumentó de endeudamiento de la empresa con los
bancos que empezaron a ser un elemento crítico del progreso industrial.
Este aumento
de conocimientos se protegió con las leyes de patentes que daban un privilegio
de mayor competitividad durante 20 años a quien invertía en Investigación y el
Desarrollo. Su principal impacto fue en las industria metalúrgica con su inmensa
influencia en las comunicaciones a través del ferrocarril con la máquina de
vapor que acabó llegando al transporte marítimo en buques de acero y en la
industria química con su revolución en la síntesis de nuevos productos,
inicialmente para substituir a los naturales aunque en la actualidad el número
de productos sintéticos supera a los de origen natural. La explotación minera
del carbón paró la deforestación como fuente de combustible; la explotación del
petróleo y luego del gas abarataron la disponibilidad de energía y se
convirtieron en mueva fuente de productos de síntesis. De los primeros trabajos
de Volta al desarrollo de la industria eléctrica: motores industriales
vehículos eléctricos, alumbrado,
automatismos etc., transcurrió menos de un siglo.
Cientos de
criados improductivos al servicio de ricos opulentos que no creaban riqueza se convirtieron
en trabajadores creadores de riqueza; de meros sobrevivientes pasaron a ser
millones de demandantes de toda clase de bienes y servicios. La baja
productividad del trabajador agrícola aportó nueva fuerza de trabajo a las industrias más
productivas. El aumento de la riqueza producida, cada vez a precios menores, permitió materializar las tesis socialistas del
reparto de la riqueza. El mejor y más directo procedimiento fue el de la
reducción de la jornada de 8 h/día 6 días a la semana. Poco a poco fue cobrando
realidad con la incomprensible, por irracional, oposición de los propietarios,
y las leyes incuas que criminalizaban a los sindicatos.
A
principios del S. XX la jornada laboral era unas 3.500 h/año con 10 h/día.
Antes de la I Guerra Mundial en muchos países industrializados era ya de 8 h/día.
Finalizada la II Guerra Mundial aparecen las vacaciones anuales y el fin de
semana La jornada laboral es ya de 1750 h/año ¡un 50 %! El capitalismo explotador de trabajadores comprobó
que a medida que los pobres dejaban de serlo los ricos eran más ricos. Siguen
sin entenderlo. El aumento de productividad fruto del desarrollo científico y
tecnológico que se produjo de 1900 a 1950 es ridículo comparado con el de 1950
a 2000. Pero la jornada laboral sigue inmóvil
en sus 40 h/semana de 1950. La no reducción de la jornada laboral es la
causa del actual paro. Si la reducción al 50 % de la jornada laboral no se
hubiera producido de 1900 a 1950.
La
respuesta es fácil: 50 % de paro. La solución al paro actual es clara: reducir
la jornada laboral.
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