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7 nov 2016

La “Seguridad Económica” descansa en la “Seguridad Social”: II. Menor jornada laboral, mayor riqueza

En 1860 la jornada laboral era de 16 h/día. En 1890 la jornada laboral se había reducido a 10-12 h/dia en casi todos los países. Sólo el trabajo femenino e infantil tenía alguna limitación a 8 o a 6 h; menos si trabajaban en minas. La reivindicación de las jornada de 8 h/dia, 6 dias/semana de la Segunda Internacional Socialista en 1889 fue una declaración de guerra al capitalismo explotador. Hoy en España la jornada laboral ilegal que cumplen la mayoría de los que abandonan temporalmente el paro es de 10 h/día aunque sea nominalmente de 8 h/día.  ¿Qué ha sido del progreso que una vez disfrutamos?
                Gracias al desarrollo tecnológico producido durante la Revolución industrial la productividad del trabajador aumentó con lo que menos trabajadores podían atender a la demanda existente. Eso condujo a mayor paro y menor demanda si no se producía una reducción de la jornada laboral. Pero estos conceptos no entraban en la mentalidad de unos propietarios educados en  la explotación secular de sus siervos, en Rusia todavía seguían existiendo legalmente. Una jornada laboral más breve produce necesariamente un aumento de trabajadores asalariados que, en consecuencia, se convierten en consumidores demandantes de bienes y servicios dejando de ser meros supervivientes de la injusticia social. Ese aumento de la demanda aumento la producción que, acto seguido, permite bajar los costes unitarios al ser menor e cote marginal que el coste medio. Esto produce otro nuevo aumento de la demanda al aparecer productos más baratos y un aumento de los beneficios al vender más productos.
Las primeras reducciones de la jornada laboral de los niños hasta lograr su erradicación redujo la oferta de trabajadores baratos y contribuyó a encarecer el salario. Eso tuvo dos efectos beneficiosos en la economía. Su mayor poder adquisitivo aumentó la demanda de bienes y servicios y redujo aún más el coste unitario de los productos; para frenar el encarecimiento del coste aumentó la  industrialización de las empresas; las máquinas y los primitivos sistemas automáticos hicieron su aparición y con ellos aumentó la productividad hasta equilibrar así la demanda de trabajadores con esa menor jornada.
Además los niños tuvieron la oportunidad de recibir una educación en lo que fue el inicio de la generalización de la educación pública, hasta entonces un privilegio de pocos. Así aumentó la oferta de trabajadores más cualificados que realimentó el aumento de la productividad en las empresas. La demanda de más capital para adquirir equipos más productivos aumentó de endeudamiento de la empresa con los bancos que empezaron a ser un elemento crítico del progreso industrial.
Este aumento de conocimientos se protegió con las leyes de patentes que daban un privilegio de mayor competitividad durante 20 años a quien invertía en Investigación y el Desarrollo. Su principal impacto fue en las industria metalúrgica con su inmensa influencia en las comunicaciones a través del ferrocarril con la máquina de vapor que acabó llegando al transporte marítimo en buques de acero y en la industria química con su revolución en la síntesis de nuevos productos, inicialmente para substituir a los naturales aunque en la actualidad el número de productos sintéticos supera a los de origen natural. La explotación minera del carbón paró la deforestación como fuente de combustible; la explotación del petróleo y luego del gas abarataron la disponibilidad de energía y se convirtieron en mueva fuente de productos de síntesis. De los primeros trabajos de Volta al desarrollo de la industria eléctrica: motores industriales vehículos eléctricos, alumbrado,  automatismos etc., transcurrió menos de un siglo.
Cientos de criados improductivos al servicio de ricos opulentos que no creaban riqueza se convirtieron en trabajadores creadores de riqueza; de meros sobrevivientes pasaron a ser millones de demandantes de toda clase de bienes y servicios. La baja productividad del trabajador agrícola aportó  nueva fuerza de trabajo a las industrias más productivas. El aumento de la riqueza producida, cada vez a precios menores,  permitió materializar las tesis socialistas del reparto de la riqueza. El mejor y más directo procedimiento fue el de la reducción de la jornada de 8 h/día 6 días a la semana. Poco a poco fue cobrando realidad con la incomprensible, por irracional, oposición de los propietarios, y las leyes incuas que criminalizaban a los sindicatos.
A principios del S. XX la jornada laboral era unas 3.500 h/año con 10 h/día. Antes de la I Guerra Mundial en muchos países industrializados era ya de 8 h/día. Finalizada la II Guerra Mundial aparecen las vacaciones anuales y el fin de semana La jornada laboral es ya de 1750 h/año ¡un 50 %! El  capitalismo explotador de trabajadores comprobó que a medida que los pobres dejaban de serlo los ricos eran más ricos. Siguen sin entenderlo. El aumento de productividad fruto del desarrollo científico y tecnológico que se produjo de 1900 a 1950 es ridículo comparado con el de 1950 a 2000. Pero la jornada laboral sigue inmóvil  en sus 40 h/semana de 1950. La no reducción de la jornada laboral es la causa del actual paro. Si la reducción al 50 % de la jornada laboral no se hubiera producido de 1900 a 1950.

La respuesta es fácil: 50 % de paro. La solución al paro actual es clara: reducir la jornada laboral.

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