Algunos representantes de los ciudadanos, en el
Parlamento catalán y en el Congreso de los Diputados, denuncian no sin
fundamento que los dos gobiernos electos por ellos están encantados. Sin
ponerse de acuerdo distraen a sus votantes en sus predicaciones desde el
púlpito del poder legislativo o del ejecutivo con declaraciones altisonantes
vacías de contenido para no dar trigo, que es para lo que se les como
representas de los ciudadanos soberanos.
Si la consulta no vinculante
implica la pregunta: “¿quieren Vd.,
ciudadanos catalanes, que Cataluña y Vds. mismos sigan siendo parte de España o
no?” los únicos que pueden contestarla son los ciudadanos catalanes. Por el
contrario si la pregunta fuera “¿quieren
Vd., ciudadanos españoles, que Cataluña y sus ciudadanos catalanes sigan
formando parte de España o no?” quienes tendrían que contestar a esa
consulta serían todos los españoles.
El problema de esta segunda
pregunta es que no se puede hacer. Lo prohíbe el art. 11.2 CE78: “Ningún español de origen podrá ser privado
de su nacionalidad”. Aunque la mayoría de los españoles, por supuestos
incluidos los catalanes, votara a favor en contra no se les podría privar de su
nacionalidad española que, no obstante, pueden perder si la solicitan.
Supongamos que
tuviéramos un Gobierno inteligente que autorizara el referendum y la primera pregunta.
Ley
Orgánica 2/1980 que regula las distintas modalidades de referéndum dice en su art.
3.1: “El Real Decreto de
convocatoria contendrá el texto íntegro del proyecto de disposición o, en su
caso, de la decisión política objeto de la consulta; señalará claramente la
pregunta o preguntas a que ha de responder el Cuerpo electoral convocado y
determinará la fecha en que haya de celebrarse la votación, que deberá
producirse entre los 30 y los 120 días posteriores a la fecha de publicación
del propio Real Decreto.
Sobre este
punto debió producirse la discusión inteligente entre los dos gobiernos, el de
la Autonomía catalana y el del Estado español. Fue imposible porque quienes
sólo tienen torpeza y ánimo de contender nunca podrán tener una discusión
inteligente. Tras las últimas elecciones siguen los mismos. ¿Qué cabe esperar?:
más torpeza hasta el infinito.
Una formulación básica de la pregunta sobre cuyos
términos cabe una discusión inteligente podría ser: “¿desea Vd. dejar de ser ciudadano español y por lo tanto ciudadano de la
UE para serlo del Condado de Cataluña/ de la República de Cataluña
independiente?”. Cumple con el requisito de ser clara al incluir las consecuencias que ipso facto generaría su aprobación. No obstante, al no ser
vinculante tendría que ser refrendada por el Parlamento de acuerdo con el
propio Estatuto según dice el art. 10 LO 2/1980: “ art. 152.2 de la Constitución requerirá previamente el cumplimiento de los trámites de reforma
establecidos en ellos o, en su defecto, de los que fueran precisos para su
aprobación, debiendo ser convocado en el plazo de seis meses desde el
cumplimiento de los mismos.
Analicemos la composición
del Parlamento de Cataluña. Dada la proporción relativa de los partidos que representan
a los ciudadanos catalanes y su postura sobre la independencia de Cataluña del
resto de España es evidente que el Parlamento catalán no refrendaría la
consulta popular con la mayoría de 2/3 que exige el Estatuto que se dieron a sí
mismos. Por lo tanto es previsible que el propio Parlamento no validara el
referéndum supuesto que hubiera mayoría a favor de la independencia. Siendo así
las cosas cualquier persona está obligada a preguntarse ¿cómo es posible que
ambos gobiernos fueran tan torpes como para enzarzarse en una pendencia tan
estéril? Su primer fruto ha sido el despilfarro de recursos públicos. Además la
politización de la justicia, la producción de torpes sentencias judiciales, la
creación de una crispación social tan irracional como perjudicial y fruto
conjunto de todo ello la desatención a las necesidades elementales de la
ciudadanía?
Lo avanzábamos el otro día: que nuestros políticos no
son inteligentes es algo fuera de discusión; que sean “listos” es decir
“corruptos” también. En este caso la corrupción consistió en distraer nuestra
atención y centrarla en sembrar la cizaña de sentimientos malvados que no
existen en la inmensa mayoría de los españoles no catalanes ni en la de la
mayoría de los catalanes, quieran o no seguir siendo españoles. Una cizaña que,
no obstante, ha dado sus frutos, aunque felizmente pocos: hoy hay más españoles
no catalanes que se sienten anticatalanistas y más catalanes, independentistas
o no que se sienten más antiespañolistas. Pero cada vez, se ha visto en las
últimas elecciones, la gente esta más harta de esos políticos.
Esta realidad innegable obliga a plantear otra
pregunta: ¿cómo es posible que los sembradores de estas cizañas cada uno en su
campo propio sigan siendo todavía la fuerza más votada por los ciudadanos de
sus respectivas circunscripciones? La primera explicación, más amable es la de
la inercia; la segunda, no es tan halagadora para los ciudadanos que los hemos
votado. Quizá la torpeza no resida tanto en nuestros representantes como en
nosotros mismos que los elegimos. Ellos lo único que hacen es representarnos
con corrección, puesto que la torpeza es nuestra nos representan torpemente.
Nínive
se hubiera salvado si existiera un justo. La maldición divina continua: España
se hubiera salvado si hubiéramos tenido un justo pero la cosecha ha sido sólo
torpes y corruptos. Juan de la Encina
decía hace medio evo: “Triste España sin ventura / todos te deben
llorar / Despoblada d'alegría / para nunca en ti tornar.”
Gran parte de nuestro futuro
está en nuestras manos. Cada vez que podemos elegir a quien nos represente. Sólo necesitamos reflexionar. Dejémonos de
votar a los “listos” que siempre acaban siendo “corruptos”. Ellos, ¿cabe alguna
duda?, buscan su beneficio a costa de nuestro perjuicio. Y para mayor INRI
vemos cada día como se salen de rositas de los tribunales.
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