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15 feb 2017

Este extraño ejército borbónico

Cuando hice la milicias universitarias como alférez en el ejército franquista un día que estaba de guardia con un brigada y un sargento nos trataron mal en la cafetería. Pedí la hoja de reclamaciones y la firmamos: yo en primer lugar, luego el brigada y finalmente el sargento como correspondía al orden de nuestro rango. Al día siguiente me llamó el capitán  y me dijo que tramitaría nuestra queja a los concesionarios de la cafetería porque el trato había sido incorrecto. También me dijo que jamás volviera a firmar una reclamación con un brigada y un sargento. Me justifiqué diciendo que “firmamos por orden de categoría”. ”Sí, eso está bien, concedió, pero Vd. es un oficial y ellos son suboficiales”. Me quedé callado, yo creía que todos éramos personas iguales con distintas competencias, pero no dije nada. “Ya comprendo que Vds. los de milicias tienen un punto de vista civil, pero esto es el ejército y la jerarquía es un elemento fundamental de la disciplina”. Prometí no olvidarlo.
                Leo en el periódico que un teniente ¿presuntamente rijoso? ha llamado “puta” y “zorra” a una sargenta y que ésta lo ha denunciado ante un tribunal militar. En el juicio militar que ha analizado lo sucedido no han sancionado ni al teniente ni a ella, y eso que ella sólo era suboficial.
La noticia sigue comentando los hechos: el teniente “la cogió por la cintura y le dijo estás dura como una puta”. Eso al tribunal militar le pareció bien y que no afectaba no digo yo a la dignidad que tiene la sargento como persona sino a aquel “elemento fundamental del ejército que era la disciplina” que me recordara mi capitán. 
Las opiniones del tribunal siguieron en la misma línea de defensa de los derechos fundamentales de las personas que por ser fundamentales o se evaporan porque alguien se pongan un uniforme pero ignorando aquel “elemento fundamental de la disciplina” cuando el teniendo dirigiéndose a un cabo, que ese al fin y al cabo sólo es clase de tropa le dijo “te voy a meter el flequillo por el culo”.
                El tribunal que juzgó estos hechos tampoco parece que afecten ni la dignidad de las personas, ni a aquel famoso “elemento fundamental de la disciplina” cuando justificó el comportamiento del teniente diciendo que “no hubo ninguna solicitud ni insinuación de contenido sexual” ni siquiera cuando le dijo “tu sigue llevando el canalillo  es que no te vendes bien con ese cuerpo”. En ninguna de estas expresiones vio el tribunal militar - ¡Santa Lucía les conserve la vista! -  no una falta de respeto a cualquier persona por el hecho de serlo, algo que parece que no tiene demasiado valor como derecho fundamental digno de ser protegido en este ejército borbónico.
El tribunal tampoco vio en estos hechos una situación de abuso de superioridad que intimida al inferior cuando explicó lo sucedido diciendo que la sargento: “no daba muestra con su actitud de sentir esa sensación de humillación o degradación grave antes bien solía seguir el cuento al teniente en sus bromas” ¿Acaso estaba presente el tribunal cuando sucedieron los hechos? ¿O es que considera que probablemente si la sargento presentó una denuncia contra el teniente fue porque todo lo sucedido era tan divertido quiso compartirlo con más compi-yoguis militares y para “seguirle las bromas al teniente lo denunció pero sólo para que ahora delante de un tribunal de jueces militares bromistas ellos como el teniente también pudieran participaran de las bromas del teniente y se divirtieran todos incluida la sargento denunciante”?
                Sin duda para sumarse a esa diversión fue para lo que los jueces bromistas decidieron explicarlo todo para los que no son capaces de entendero: “existía entre ambos una relación que iba más allá de la estrictamente profesional” como cabe deducir de forma clara e inequívoca ¿o habría que decir “ostentórea”? del hecho de que la sargento presentara una denuncia contra el teniente.
                El remate de la broma de los jueces militares bromistas o de los militares jueces bromistas o de los bromistas jueces militares o lo que fueran, constituye un detalle de coherencia e imaginación del tribunal de jueces bromistas que merecería que les dieran a todos las medallas de “Pompof y Teddy” eso sí con distintivo blanco porque no es un acto de guerra, cuando añade: “la supuesta amistad diluye esa connotación ofensiva”.
Es decir, no se necesita que exista amistad, basta con que exista una supuesta amistad para que se diluya esa connotación ofensiva. ¿En qué quedamos?, ¿no eran unas bromas que el gastaba el teniente a la sargento o a las que ella le seguía el cuento?
Lo sucedido me ha dejado perplejo. No deja de sorprender que las sargentas de este ejército borbónico se dedique a denunciar a los tenientes amigos que no les ofenden con sus bromas porque tienen una relación que va más allá de la estrictamente profesional?
Quizá el tribunal debió haber sancionado a la sargento. De los hechos se deduce de modo objetivo “que la sargento, ¡una simple suboficial!, con su denuncia abusó de la buena fe de un superior - ¡nada menos que un oficial! - cuando el pobre lo único que hacía era que le gastaba bromas exentas de todo contenido o insinuación sexual  dentro de un acto de confraternización con una inferior subalterna  para crear un ambiente de camaradería fruto de una presunta amistad que hacía que su relación fuera más allá de la estricta profesional lo que diluye toda connotación ofensiva”.
                De todos modos no cabe descarta que el teniente fuera un rijoso que abusaba de su situación de superioridad con la sargento gastando bromas propias de los burdeles que presuntamente frecuentaba dada su capacidad de saber cómo de duras son las putas. ¿Se atrevería a decirle eso a una teniente coronel del ejército? ¿Y a darle una palmadita amable en su culito diciéndole “pero que culo prieto de putita joven tienes todavía mi teniente coronel”?

                En el ejército franquista no se permitían esas bromas. Sin duda le hubiera gustado mucho a uno de mis compañeros que se permitieran. Cuando veía pasar a un teniente decía, no sé si para escandalizarnos o porque lo sentía realmente: “pero que culito tan prieto tiene el teniente”. Quizá al terminar el campamento cuando ya fuera alférez, es decir tan oficial como el teniente, se hubiera animado a hacerlo. Pero no lo hizo. Yo creo que fue una buena decisión.

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