El objetivo de la vida de todo ciudadano es ser feliz. Partimos de unas
condiciones que son íntimas de cada ciudadano y que pueden contribuir a que sea
feliz o infeliz. Sin duda los menoscabos físicos o psíquicos no aumentan
la felicidad; para corregir estos defectos de la naturaleza tenemos la sanidad
y la educación. Pero sin llegar a la ataraxia de ser feliz cumplidas nuestras
expectativas a condición de no tenerlas contribuye a la felicidad tener un
empeño razonable en lograr expectativas que igualmente resulten razonables.
Eso es posible siempre y cuando haya un
cierta sanidad mental en el ciudadano y no esté dominada por la avaricia
desbordante de un determinado “bien” que suele ser variopinto: desde la
avaricia del dinero a la avaricia del poder pasando por la avaricia del sexo o
por cualquier otra avaricia que no es más que un sentimiento estéril de
expropiación al semejante.
Dice el evangelio que no por acumular más
riquezas añades un día más a tu vida; no es cierto del todo. Con dinero tienes
atención médica inmediata y en muchos casos el cáncer no llegue a ser
irreversible y te dicen “no se puede hacer nada”. Claro que no se puede hacer
nada ¡pero ahora!; cuando se podía haber hecho algo era antes, ¡que fue cuando
no se hizo!
De
lo que se trata es de que cada uno con la salud que le haya tocado en gracia o
haya contribuido a mantenerla o estropearla, tenga igualdad de oportunidades de
conservarla. Hay gente que considera que los que maltratan su salud no tienen
tanto derecho a ser atendidos por la sanidad tanto como los que han llevado una
vida morigerada. Son insolidarios y farsantes. No se trata de premiar la virtud
- para eso está la otra vida - sino de proteger la vida.
La
iglesia decía que los derechos del niño son superiores a los de su madre. Ante
el dilema de que muera el niño o la madre en el parto matan a la madre porque
ya ha temido su oportunidad de vivir para darle esa oportunidad al hijo. Aquí
hay que aplicar una norma clásica de la justicia: “prius in tempo priori in iure”.
No hay que confundir el derecho a una muerte digna con un sistema legal y
obligatorio de reducir el número de pensionistas.
El único criterio válido en la atención sanitaria, trasplantes incluidos,
que casi nunca se da es el del orden de aparición en escena. No me refiero a
las urgencias, cuya esencia es esa, sino a que el orden de aparición en escena
de la necesidad exige una atención inmediata a cuyo servicio hay que poner
todos los medios necesarios; no unos cuantos: los necesarios.
Felizmente
ya nadie se atrever a decir, se decía cuando era joven: la propiedad es
sagrada. Tampoco se dice que es un robo, sin duda un exceso de Proudhom porque
lo que es un robo es su acumulación excesiva. ¿Y quién define el exceso? La
falta de un reparto razonable que conduzca a que algunos estén privados de
propiedad. Está bien eso de ser como los lirios del campo cuya belleza no se
puede superar, pero tener garantizada el agua para seguir siendo bellos es lo
único que exige la infinita mayor parte de la población. Los demás, unos pocos,
lo que exigen es su derecho a apropiarse sin limites - bordeando o cruzando el
límite de la ilegalidad - de todo lo que hay a su alrededor.
Es populismo, es decir democracia, exigir el mejor reparto de la riqueza
¡que es atrozmente inadecuado. Las leyes establecen que los impuestos deben de
ser progresivos para repartir mejor la riqueza. Es populismo, es decir,
democracia, exigir que se cumplan las leyes. Los que “no nos representan” las
violan “de facto” porque el sistema de impuesto es regresivo ¡ni siquiera
lineal! “No nos representan”; representan a los que favorecen pagando menos
impuestos de los que exige ley. Y así la propiedad acumulada, que era un
instrumento práctico de ayudar a vivir, se convierte en un robo
dándole la razón a Proudhom.
El
mundo desborda de riquezas inútiles y acumuladas que perjudican a la mayoría:
su existencia no crea riqueza, la consume inútilmente. Beneficia hacer un
arado, no una espada; beneficia hacer pan, no un yate. Hay millones de yates eternamente
amarrados sin usarse. Los recursos necesarios para crear lo inútil vuelve
insuficientes los que quedan; los necesarios para atender las necesidades
vitales de los desposeídos de esas riquezas: la inmensísima mayoría de los
ciudadanos. Un inmediato mejor reparto de la riqueza es democracia: es
populismo.
El
populismo, la democracia, busca lo que ésta promete: el respeto a la igualdad
de derechos de los seres humanos y eso exige una cruzada contra la avaricia
insolidaria del capital. Los que "no nos representan" en cambio
fomentan la avaricia hasta concentrarla en pocas manos; quien vota ya no es el
ciudadano, un “ser humano” sino el capital que tienen “cuatro seres inhumanos”.
Eso no es democracia representativa: es la “dictadura del capital”; más injusta
aún que la “dictadura del proletariado”.
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