Se reunió el
Consejo de Administración de la empresa. Estaba convocado el Director
financiero de su empresa. Había que
explicar la realidad de la situación y la situación ya no se podía resolver con
palabras planteando un futuro prometedor, el futuro se había convertido en
pasado y el presente era, simplemente, desastroso.
El Director
siempre había dicho que la situación de la que hoy tenía que dar cuenta como la
había gestionado no era tan mala como como decían los críticos que no hacían
más que señalar que la situación estaba mucho pero y que era necesario tomar
otras medidas porque las medidas que se estaban tomando eran incorrectas. Esa ya
era la realidad y ya no se podía discutir.
La realidad había demostrado que todos los errores que se habían denunciado en
su momento eran ya unos errores indiscutibles.
La realidad
había emergido y ya no se podía negar, ya no se podía seguir sosteniendo ese
planteamiento optimista; ahora había llegado el momento de dar cuenta de los
resultados de una gestión, sin duda en tiempos difíciles, pero que no había
sabido afrontar la realidad de los resultados.
En esta situación
ya no se podía seguir manteniendo el mismo mensaje. Todo había cambiado y ya no
se podía hacer otra cosa que reconocer que la realidad es la que es porque ya
no puede seguir diciendo lo que se decía hasta unos meses.
El ponente
del Consejo de Administración le concede la palabra y el Director empieza
reconociendo con sinceridad profundamente crítico:
“Si, es cierto, no se tomaron las medidas para frenar el crecimiento insostenible”,
eso era lo que deberíamos haber hecho. Por otro lado también es cierto que “no resolvimos los problemas” a medida
que iban produciéndose.
Sonrió
mientras bajaba la cabeza y añadió: Cometimos
otro error “porque no previmos que se
estaba produciendo en el mercado un crecimiento monetario expansivo del mercado
sin soporte real” y las decisiones que tomamos “fueron suaves para la realidad y teníamos que haberlas sido más duros
en nuestras medidas que nos hubieran permitido ahorrar mucho dinero”.
Los
miembros del Consejo le escuchaban serios; su gesto ni era amable ni hostil; simplemente
era de atenta seriedad. Otro de los
errores fue el haber “minimizado a corto
plazo el coste de la crisis bancaria sin resolver los problemas que iban
apareciendo” en lugar de “haber
tomado unas medidas más agresivas como exigía la situación”.
Levantó la
cabeza y miró rápidamente a los miembros del Consejo, seguían estando serios. Los hechos son los hechos y no se pueden negar.
No pretendo que lo que voy a decir ahora suene a disculpa sino a una descripción
de la realidad: “no podíamos actuar de
modo independiente a como actuaban nuestras instituciones públicas y de las
distintas autoridades”.
Esto es, en resumen, una descripción de lo
que ocurrió y asumo la parte que me corresponda de mi responsabilidad.
El Consejo
de Administración agradeció al Director sus explicaciones y le dijo que las
explicaciones eran suficientes y que en su momento le comunicaría su decisión.
Se miraron.
¿Qué hacer? Se trataba de una persona con la que unos más que otros tenían ciertas
relaciones incluso amistosas. La situación era delicada pero más delicado iba a
ser tener que dar explicaciones a la Asamblea General de Accionistas. Ciertamente
la actuación del Director no tiene disculpas. Es cierto que la situación era
delicada y complicada pero para eso es para que se nombran Directores
competentes y se les da poder para actuar. Ser Director cuando la situación de
mercado es tranquila como la del agua de una piscina.
Manolo,
dijo el Presidente, tu eres el que tienes una relación más próxima a él y por
tanto eres el más adecuado para darle la mala noticia; a él, sin duda, le
sentará muy mal pero yo creo que lo puede esperar. Y contigo tendrá suficiente
confianza para desahogarse lo que siempre es un alivio.
Los textos
en negrita son los que ha dicho el Presidente del Banco de España. Pero como
aquel Felipito tacatún” de la época franquista “él sigue”.
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