En las
dictaduras hacer algún comentario que no sea laudatorio respecto al Jefe del
Estado es un delito tipificado en su Código Penal. En otros países llegó a ser
delito el hacer “acrósticos” donde se leyera algo, normalmente, una verdad, sobre
del dictador de turno. Si las dictaduras además de monárquicas eran
teocráticas, Vaticano y diversas monarquías civiles, además de delito estaba
tipificado como pecado. Curiosamente el dictador del Vaticano se arrogaba el
derecho dictatorial de derrocar a los dictadores monárquicos que quisiera.
Una
dictadura, se disfrace como se disfrace, sólo es un atropello a la libertad individual
– la esencia del ser humano – al que priva del derecho fundamental a elegir al
Jefe del Estado mediante elecciones libres y periódicas. Un derecho fundamental
que con todo descaro muchas de esas dictaduras monárquicas incluyen en la Constitución
para violarla luego con la connivencia
de los políticos en un pacto mudo de connivencia delictiva en contra de la libertad.
En la edad
moderna la evidencia del atropello de las dictaduras monárquicas llegó a tal
límite que varios jesuitas apadrinaron con gran éxito el regicidio. El P. Mariana,
jesuita, teólogo e historiador publico finales del S XVI un famoso libro “De rege et regis institutione” donde justifica el tiranicidio. Su
gran difusión en toda Europa condujo a su quema pocos años después en París porque
su Parlamento, el mismo que ordenaría cortarle la cabeza a Luis XVI, consideró que
era subversivo. Quizá estaba muy reciente el regicidio de Enrique IV por
Ravaillac pese a que éste negó conocer ese texto y el de Enrique III por fray
Clemente.
Clemente fue
más próximo a las declaraciones de Bellarmino, otro jesuita, inquisidor que llegó a ser arzobispo y cardenal.
Dice en su libro “Teoría del
regicidio según los jesuitas, los
católicos y los protestantes, eclesiásticos y seglares”: “Permitido
es a un particular matar a un tirano, a título de derecho de propia defensa:
porque aunque la república no lo manda así, se sobreentiende que quiera ser
siempre defendida por cada uno de sus ciudadanos en particular, y hasta por los
extranjeros; por consiguiente, si no puede defenderse más que con la muerte del
tirano, a cualquiera le está permitido matarle”.
Jorge
Buchanan, preceptor de Jacobo I dijo: “Tenemos por cosa cierta, que a todo
extranjero le es permitido matar un tirano, declarado tal por la voz pública, y
hecho famoso por sus rapiñas, asesinatos y crueldad” y razona “que todos los
particulares concedan recompensas a los asesinos del tirano, como se conceden a
los que matan lobos”.
En Francia Juan
Mayor, doctor de la Sorbona dijo: “El rey recibe su poder del pueblo, y cuando
haya causa razonable, el pueblo tiene derecho a quitarle la corona” y Juan
Bodin, uno de los padres del derecho político, dijo en su libro “Republica”: “Tenemos
por cosa cierta, que a todo extranjero le es permitido matar un tirano,
declarado tal por la voz pública, y hecho famoso por sus rapiñas, asesinatos y
crueldad”.
Iniciado el
S. XVII Acquaviva, General de los jesuitas, prohibió “admitir o sostener en público, en las
cátedras o por escrito, o en privado, como consejo u opinión, la doctrina según
la cual se considera lícito, so pretexto de tiranía, atentar contra la vida de
un príncipe o de un rey” con lo que así siempre había un jesuita a favor de
cada tesis.
En el S. XVIII los USA hay dos referencias clásicas;
una, atribuida a Jefferson “El árbol de la libertad debe ser regado con la
sangre de los patriotas y de los tiranos” y la otra que fue la propuesta de Franklin
para poner en el limbo del Gran Sello de los USA, con fundamentación religiosa:
·La rebelión contra los Tiranos es la obediencia a Dios.
La doctrina
es secular. En el S. VI antes de nuestra
era se consideró mártires de la libertad a Aristogitón y Harmodio, que derrocaron a Hipias
tirano de Atenas. Más sabido es que Bruto mato a César para salvar a la
República de su tiranía pero no logró salvarla. Cicerón decía: “los tiranos
pertenecen mucho más a la raza de los lobos y de las bestias dañias que los
hombres. El que los mata es un bienhechor político”.
En el medievo Sto. Tomás dice en su ”Gobierno
de los Príncipes”: “Si no puede recurrirse a autoridad que haga justicia del
usurpador, el que lo mata salva la patria y merece recompensa” aunque en
paralelo propone: 1º. Que en la
monarquía el pueblo conserve el derecho de deposición ¿no es esa la esencia de la Republica? 2º. Que el Papa pueda deponerlo y 3º.La oración a Dios según el proverbio: “El corazón del rey está en manos del Señor,
quien lo inclinará a donde quisiere”.
En España el
gerundense Francesc Eiximenis autor de “Regiment de la cosa pública” afirma que
“Ab sa propia senyoría el pueblo tiene derecho a condicionar como el gobernante
manda” y aunque es partidario de la monarquía hereditaria defiende el
tiranicidio.
Eran épocas donde el valor de la vida humana era
mínimo.
Por eso hay
que considerar que el que los actuales tiranicidas se conformen con hablar mal –
es decir, diciendo cosas ciertas – de los reyes y otros dictadores o de quemar
sus efigies, pintarrajear sus esculturas, retirar sus bustos por no considerar
ejemplar su vida o quemar sus fotografías o la bandera del Estado del que son
dictadores todas esas actitudes debería considerarse un mérito para recibir el
Premio Nobel de la Paz. España se lo merece por lo que hizo con Isabel II y
Alfonso XIII. ¿Tendremos que seguir haciendo méritos para recibirlo?
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