En
casi todas las televisiones hay programas de debate político que producen vergüenza.
El espectáculo que organizan los “contertulios”, en general encantados de
haberse conocido, no es fruto de la incompetencia de quien los dirige, creo yo,
porque jamás lo hace; el montaje parece una premeditada organización de
enfrentamiento verbal en plan “catch as can catch”, es decir, agárralo por
donde puedas, el vulgarmente llamado “cachascán” que es el nivel más bajo del pugilismo,
donde no hay reglas de ningún tipo y cualquier deslealtad está permitido.
Estos programas
han alcanzado el nivel intelectualmente y en muchos casos consiguen superarlo
de esos programas de la llamada “televisión basura” donde se discuten asuntos de
intimidad normalmente sexual y en los que salvo llegar a las manos, las
denominadas despectivamente “discusiones de verduleras” parecen a su lado
debates versallescos.
Lo
característico de una discusión entre personas bien educadas, no digamos si
además son medianamente cultas y no del todo irrazonables, consiste en lo que
la RAE define como discusión: la exposición alternada de razones en favor de
una determinada postura u opinión. Ninguno de estos debates respeta la
alternancia. Los contertulios, unos con más frecuencia que otros, interrumpen a
gritos a los que estaban hablando. El director del programa, que no dirige el
debate, lo contempla encantado de la vida con la bronca fomentándolo con su
inacción.
Tanta
exhibición de grosería española debería evitarse. Ésa es la “marca España”. Si
una persona habla interrumpirla es una grosería ¡incluso en esta tierra de
garbanzos! Para ello propongo a esos programas que incorporen la contabilidad
de los locutores de futbol que con gran rigor contabilizan corners, faltas,
asistencias, y un sinfín de incidentes menores del partido, tiempo de posesión
del balón, tiempo en que está en campo propio o ajeno, o en el entorno de la
portería, tiros a puerta distinguiendo los desviados de los que dan en los
palos, etc., etc.
Un sistema
automático de contabilidad que todos vieran en directo bastaría para
avergonzarlos y desalentarles en su comportamiento, aunque más de uno fuera
“inasequible al desaliento”. En ella aparecerían las interrupciones al que
estaba hablando. Ese tiempo robado penalizaría al que interrumpió. Ese tiempo,
por ser robado, se penalizaría al doble si el contertulio atropellado se calla
ante la grosería de que es objeto evitando el espectáculo de dos “seres”
desgañitándose a gritos para callar al otro. La víctima vería premiada su
educación penalizando al doble al grosero que no quiere ser su interlocutor
sino el que le impide hablar.
Ya que ni en
su casa ni en la escuela ni en su profesión han aprendido a portarse como gente
bien educada estos programas de televisión serían su cuarta oportunidad, con lo
que ellos serían los primeros beneficiarios; el espectáculo de estas
contabilidades resultaría también educativo para los televidentes que están
quejados de igual comportamiento, que podrían escarmentar en cabeza ajena, pero
sobre todo ganaría la imagen general de los españoles que deja estupefactos a
los extranjeros que contemplan esos programas.
En el viejo programa
de “La clave” que dirigía Balbín los sábados se proyectaba una película cuyo su
argumento centraba el tema del debate. Se solía invitado a algún extranjero experto
en el tema al que Balbín informaba: “puede Vd. interrumpir en la discusión a
los demás miembros del panel de debate”. Jamás ninguno interrumpió a nadie; eso
no frenó a los españoles más groseros que no dudaban en interrumpir al
invitado: él se callaba en el acto y no volvía a hablar hasta que Balbín,
avergonzado ante su silencio, le daba la palabra expresamente.
Cuando se está
bien educado ya es imposible ser grosero.
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