La
hipótesis de que una reducción de la jornada laboral de 40 a 35 h/semana aumentaría el empleo carece de
fundamento cuantitativo y por eso no hay por qué sorprenderse de que no
produjera el efecto beneficioso previsto ni para el empresario ni para el
trabajador ni para la sociedad.
Hagamos una
analogía médica: una persona cree que tiene una pulmonía y va al médico; el
médico le ausculta y le dice: “tiene Vd. una pulmonía”; el enfermo piensa,
“este médico es muy listo”; “le voy a recetar unos antibióticos”, añade; el
enfermo piensa, “este médico es muy listo”; “le voy a receptar éste de amplio
espectro, por si acaso”, continúa: el enfermo piensa, “este médico es muy
listo”; “póngase una inyección hay y la siguiente dentro de quince días”, concluye:
el enfermo piensa “¿será suficiente esa dosis?”, pero no se atreve a decir
nada. Aquél mismo día se pone la primera dosis; a los trece días muere antes de
recibir la segunda dosis. ¿Era tan listo el médico? La conclusión es evidente: todo era correcto excepto la dosis que era
insuficiente.
¿Qué pasó
cuando Jospin decidió reducir la jornada laboral a 35 h/semana? El empresario
de las pequeñas y medianas empresas hace unos cálculos: 7 trabajadores
significa una jornada laboral semanal de 7 trabajador*40 h/semana·trabajador =
280 h/semana <> a 8 trabajador * 35 h/semana = 280 h/semana; es decir,
por cada 7 trabajadores ahora tendrá que contratar 1 más. El empresario reúne a
los 7 trabajadores y les dice: “estos políticos están locos; la empresa no
puede permitirse el lujo de contratar más trabajadores por lo tanto o se hace
el mismo trabajo en las 35 h/semana o la empresa cierra”. ¿Qué hacen los 7
trabajadores? Evidentemente trabajar más, reducir sus tiempos muertos y el
resultado es que no hay ningún trabajador más. No lo consiguen del todo pero
alguna hora más, pagada en negro, resuelve el problema.
Sólo las
empresas más grandes se ven obligadas a contratar a más trabajadores, pero no
en la proporción de 1 por cada 7 sino mucho menor. Quizá hay un incremento de
horas extras, pagadas en negro o en blanco, pero el incremento previsto y el
aumento de la demanda de bienes y servicios derivados de que haya más
trabajadores no se produce; el paro apenas se reduce.
Como en el
caso del médico todo estaba bien salvo que la dosis era insuficiente. Una
reducción a 24 h/semana, un 40 %, hubiera significado que las 280 h/semana/ 24
h/semana·trabajador = 11,7, es decir 11,7 – 7 = 4, 7 es decir casi 5
trabajadores. Por mucho que aumente el rendimiento del trabajador está claro
que al menos hay que contratar 3 a 4 trabajadores por cada 7, es decir, un 50 %
más.
Eso, sin duda, produce una disminución de los
rendimientos empresariales pero si estimamos en 30 % la repercusión salarial,
oscila entre un 3 % y un 60 %, en el precio final del producto en realidad el encarecimiento
es del 30 % * 40 % = 12 % pero ¿qué ocurre en la demanda? Evidentemente la
demanda aumenta en un 50 %.Eso significa poner en marcha la espiral privada y
la pública.
En la
privada el aumento de la demanda significa una mayor producción de bienes y
servicios que reducirá el precio unitario que realimentara la demanda bajando
aún más el precio.
En la
pública el primer efecto es la reducción de los pagos por desempleo, el segundo
es el pago del IRPF y a él se le añade el incremento del IVA y el del impuesto
sobre los beneficios que se han incrementado por el aumento de ventas.
El
resultado es evidente: beneficios privados y beneficios públicos y el conocido
efecto realimentador del incremento en la circulación de dinero a partir de ese
aumento del 50 % de la demanda. Un exceso en la estimación de la reducción de
la jornada laboral será siempre menos perjudicial que el conocido efecto de un
defecto en la reducción de la jornada laboral que está acreditado
históricamente. El trabajador tiene que trabajar más a cambio de nada –
amenazado porque la empresa puede cerrar – y el empresario obtiene el mismo
beneficio.
Hay una ALTERNATIVA REPUBLICANA donde si
sabemos hacer las cuentas.
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